Cuentos AndinosCuentos Largos

El Zorro y el Ratón

El Zorro y el Ratón

Capítulo 1: La carrera

Diego era un ratón muy veloz y astuto que vivía en el bosque. Le gustaba correr por los senderos y esquivar los obstáculos que se encontraba. Un día, se topó con Antonio, un zorro muy orgulloso y presumido que se creía el más rápido de todos los animales.

  • Hola, ratoncito – le dijo Antonio con una sonrisa burlona -. ¿Te atreves a competir conmigo en una carrera?
  • Claro que sí – respondió Diego sin miedo -. ¿Dónde y cuándo?
  • Mañana al amanecer, en el claro del bosque. El que llegue primero al árbol grande será el ganador – propuso Antonio.
  • De acuerdo – aceptó Diego -. Nos vemos mañana.

Al día siguiente, Diego y Antonio se presentaron en el lugar acordado. Había muchos animales que habían venido a ver la competencia. El búho dio la señal de salida y los dos corredores salieron disparados. Antonio llevaba ventaja al principio, pero Diego no se rendía y lo seguía de cerca. Cuando llegaron a una curva, Diego aprovechó para tomar un atajo por debajo de unos arbustos y adelantar al zorro. Antonio se dio cuenta y trató de alcanzarlo, pero Diego era más ágil y escurridizo. Al final, Diego llegó primero al árbol grande y se proclamó vencedor.

  • ¡He ganado! ¡He ganado! – gritó Diego feliz.
  • ¡No puede ser! ¡Es imposible! – se quejó Antonio furioso -. ¡Has hecho trampa!
  • No he hecho trampa – se defendió Diego -. He usado mi inteligencia y mi habilidad. Tú eres muy soberbio y te confías demasiado.
  • ¡Bah! No me importa – dijo Antonio con desdén -. Esta carrera no vale nada. Te reto a otra competencia más difícil. A ver si eres tan listo como crees.

Capítulo 2: El acertijo

Antonio estaba muy molesto por haber perdido la carrera contra Diego. Quería demostrarle que él era mejor que el ratón en todo. Así que se le ocurrió una idea: le retaría a resolver un acertijo muy difícil que él mismo había inventado.

  • Hola, ratoncito – le dijo Antonio al día siguiente -. ¿Te acuerdas de mí?
  • Claro que sí – respondió Diego -. Eres el zorro que perdí ayer en la carrera.
  • Sí, sí, muy gracioso – dijo Antonio con sarcasmo -. Pero hoy te traigo otro desafío. Te voy a hacer una pregunta muy difícil y si no me la respondes correctamente, te comeré.
  • ¿Qué pregunta? – preguntó Diego curioso.
  • Escucha bien – dijo Antonio -. ¿Qué animal tiene cuatro patas por la mañana, dos patas al mediodía y tres patas por la noche?
  • Hmm… – pensó Diego -. Esa pregunta me suena de algo…
  • Vamos, ratoncito, no tienes todo el día – apuró Antonio -. Si no me respondes en diez segundos, serás mi almuerzo.
  • Ya sé la respuesta – dijo Diego con seguridad -. El animal que buscas es el hombre.
  • ¿El hombre? – repitió Antonio sorprendido -. ¿Cómo lo sabes?
  • Es fácil – explicó Diego -. El hombre tiene cuatro patas por la mañana cuando es un bebé y gatea, dos patas al mediodía cuando es adulto y camina, y tres patas por la noche cuando es anciano y usa un bastón. Es un acertijo muy antiguo y conocido. Lo he leído en un libro.
  • ¡Maldición! – exclamó Antonio frustrado -. ¡Has acertado! Pero no te alegres tanto, ratoncito. Aún te queda una prueba más. La más difícil de todas. A ver si eres capaz de superarla.

Capítulo 3: El salto

Antonio no podía creer que Diego hubiera resuelto su acertijo tan fácilmente. Estaba convencido de que el ratón tenía mucha suerte, pero

no tenía ninguna habilidad especial. Así que se le ocurrió otra idea: le retaría a saltar sobre un río muy ancho y profundo que había en el bosque.

  • Hola, ratoncito – le dijo Antonio al tercer día -. ¿Estás listo para el último desafío?
  • Sí, claro – respondió Diego -. ¿De qué se trata?
  • Muy simple – dijo Antonio -. Tienes que saltar sobre ese río que ves ahí. El que lo haga más lejos, será el ganador. Y el que caiga al agua, será el perdedor. ¿Aceptas?
  • Bueno… – dudó Diego -. Ese río es muy grande y yo soy muy pequeño…
  • ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo? – se burló Antonio -. ¿No te crees tan valiente como antes?
  • No, no tengo miedo – dijo Diego -. Acepto el desafío. Pero tú primero.
  • De acuerdo – dijo Antonio -. Verás lo que es saltar de verdad.

Antonio se alejó unos metros del río y tomó impulso. Corrió con todas sus fuerzas y saltó con gran elegancia. Cruzó el río de un solo salto y aterrizó en la otra orilla. Luego se giró y miró a Diego con una sonrisa triunfal.

  • ¿Ves? – dijo Antonio -. Eso es lo que yo llamo un salto. Ahora te toca a ti, ratoncito. A ver si puedes superarme.
  • Está bien – dijo Diego -. Voy a intentarlo.

Diego se acercó al borde del río y miró el agua con temor. Sabía que no podía saltar tan lejos como el zorro. Pero tampoco quería rendirse ni darle el gusto a Antonio. Así que se le ocurrió un plan.

  • Oye, zorro – le dijo Diego -. ¿Puedes hacerme un favor?
  • ¿Qué quieres? – preguntó Antonio impaciente.
  • Puedes prestarme tu cola – pidió Diego -. Es que la necesito para equilibrarme en el aire y llegar más lejos.
  • ¿Mi cola? – se sorprendió Antonio -. ¿Para qué quieres mi cola?
  • Es que tu cola es muy bonita y larga – halagó Diego -. Seguro que te ayuda mucho a saltar. Yo no tengo cola y por eso no puedo saltar tanto como tú. Por favor, préstamela solo por un momento. Te prometo que te la devolveré.
  • Bueno… – dudó Antonio -. No sé si es buena idea…
  • Vamos, zorro, no seas malo – insistió Diego -. Solo será por un instante. Además, así demostrarás que eres generoso y noble. Y que no tienes miedo de competir conmigo en igualdad de condiciones.
  • Está bien, está bien – aceptó Antonio al final -. Te prestaré mi cola. Pero solo por esta vez. Y luego me la devuelves sin falta.

Antonio se acercó al río y le pasó su cola a Diego. El ratón la cogió con sus patas y se la ató a su cuerpo. Luego se alejó unos pasos y se preparó para saltar.

  • Gracias, zorro – le dijo Diego -. Eres muy amable.
  • De nada, ratoncito – dijo Antonio -. Pero date prisa. Quiero ver cómo saltas.

Diego corrió hacia el río y saltó con todas sus fuerzas. Pero en vez de ir hacia adelante, fue hacia arriba. Y cuando estuvo en el aire, soltó la cola del zorro y la lanzó al agua. Luego cayó sobre la otra orilla, junto a Antonio.

  • ¡He ganado! ¡He ganado! – gritó Diego feliz.
  • ¡No puede ser! ¡Es imposible! – se quejó Antonio furioso -. ¡Has hecho trampa!
  • No he hecho trampa – se defendió Diego -. He usado mi inteligencia y mi habilidad. Tú eres muy ingenuo y te dejas engañar fácilmente.
  • ¡Bah! No me importa – dijo Antonio con desdén -. Esta competencia no vale nada. Te reto a otra más difícil. A ver si
  • eres capaz de superarla.
  • ¿Otra más? – se extrañó Diego -. Pero si ya te he ganado tres veces seguidas…
  • Sí, otra más – insistió Antonio -. La última y definitiva. La que decidirá quién es el mejor de los dos. ¿Te atreves o no?
  • Bueno… – dudó Diego -. ¿De qué se trata?
  • Te lo diré mañana – dijo Antonio -. Prepárate, ratoncito. Porque esta vez no tendrás escapatoria.

Capítulo 4: El queso

Antonio estaba muy enfadado por haber perdido el salto contra Diego. No podía soportar la idea de que un ratón fuera más listo que él. Así que se le ocurrió una idea: le retaría a robar un queso de una granja cercana al bosque.

  • Hola, ratoncito – le dijo Antonio al cuarto día -. ¿Estás listo para el último desafío?
  • Sí, claro – respondió Diego -. ¿De qué se trata?
  • Muy simple – dijo Antonio -. Tienes que robar un queso de esa granja que ves ahí. El que lo haga más rápido y sin ser visto, será el ganador. Y el que sea atrapado por el granjero o su perro, será el perdedor. ¿Aceptas?
  • Bueno… – dudó Diego -. Esa granja es muy grande y yo soy muy pequeño…
  • ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo? – se burló Antonio -. ¿No te crees tan valiente como antes?
  • No, no tengo miedo – dijo Diego -. Acepto el desafío. Pero tú primero.
  • De acuerdo – dijo Antonio -. Verás lo que es robar de verdad.

Antonio se acercó a la granja y buscó un lugar por donde entrar. Vio una ventana abierta y saltó por ella. Dentro había una cocina con muchos alimentos. Antonio olfateó el aire y detectó el aroma del queso. Se dirigió hacia el lugar de donde venía y encontró una despensa con una puerta entreabierta. Entró y vio un gran queso sobre una tabla de madera. Antonio se relamió y se dispuso a cogerlo.

Pero lo que no sabía era que el queso estaba atado a una cuerda que activaba una trampa. Cuando Antonio tiró del queso, la puerta de la despensa se cerró de golpe y una jaula cayó sobre él. Antonio quedó atrapado y no pudo salir.

  • ¡Ayuda! ¡Socorro! – gritó Antonio asustado.
  • ¿Qué pasa aquí? – preguntó una voz gruesa.
  • Era el granjero, que había oído el ruido y había venido a ver qué pasaba. Al ver al zorro en la jaula, se puso muy contento.
  • ¡Vaya, vaya! – exclamó el granjero -. ¡Pero si es un zorro! ¡Qué suerte he tenido! Voy a llevarlo al mercado y venderlo por un buen precio. O quizás me quede su piel para hacerme un abrigo.

El granjero cogió la jaula con el zorro dentro y salió de la cocina. En el camino se encontró con su perro, que ladró al ver al zorro.

  • Tranquilo, Rex – le dijo el granjero -. No te preocupes. Este zorro no te hará nada. Es mi prisionero y pronto será mi cena.

El granjero y su perro se alejaron de la granja con el zorro en la jaula. Mientras tanto, Diego observaba todo desde una distancia segura.

  • Pobre zorro – pensó Diego -. Ha sido muy imprudente y ha caído en la trampa del granjero. Yo no puedo dejarlo así. Tengo que ayudarlo.

Diego decidió seguir al granjero y su perro hasta el mercado. Esperaba encontrar una forma de liberar al zorro y devolverlo al bosque.

Capítulo 5: El rescate

Diego siguió al granjero y su perro hasta el mercado. Allí había mucha gente y muchos p

uestos con diferentes productos. El granjero se dirigió a uno de ellos, donde había un cartel que decía: “Se compran y se venden animales”.

  • Buenas tardes – saludó el granjero al dueño del puesto -. Le traigo un zorro que he cazado en mi granja. ¿Cuánto me da por él?
  • Déjeme verlo – dijo el dueño del puesto -. Hmm… Es un zorro joven y sano. Tiene una buena piel y una buena carne. Le puedo dar diez monedas de plata por él.
  • ¿Diez monedas? – se sorprendió el granjero -. ¿No es muy poco?
  • Es lo que vale – dijo el dueño del puesto -. Los zorros no son muy apreciados en el mercado. Hay mucha oferta y poca demanda. Si quiere, se lo puedo cambiar por otro animal. Tengo gallinas, conejos, cerdos, ovejas…
  • No, gracias – dijo el granjero -. Prefiero el dinero. Aquí tiene el zorro.

El granjero le entregó la jaula con el zorro al dueño del puesto y recibió las diez monedas de plata. Luego se fue con su perro a comprar otras cosas.

El dueño del puesto colocó la jaula con el zorro en un lugar visible y le puso un cartel que decía: “Se vende zorro. Diez monedas de plata”. Luego siguió atendiendo a otros clientes.

Diego se acercó al puesto y vio al zorro en la jaula. El zorro lo reconoció y le habló en voz baja.

  • Hola, ratoncito – le dijo el zorro -. ¿Qué haces aquí?
  • Hola, zorro – le respondió Diego -. He venido a salvarte.
  • ¿A salvarme? – se extrañó el zorro -. ¿Por qué querrías hacer eso? Si yo soy tu enemigo y siempre te he tratado mal.
  • No importa – dijo Diego -. Tú eres un animal como yo y no mereces estar encerrado ni vendido. Además, hemos competido muchas veces y hemos compartido muchas aventuras. Eso nos hace amigos, ¿no crees?
  • Bueno… – dudó el zorro -. Tal vez tengas razón. Pero ¿cómo vas a sacarme de aquí? No tienes dinero para comprarme ni fuerza para romper la jaula.
  • No te preocupes – dijo Diego -. Tengo un plan.

Diego le explicó su plan al zorro y le pidió que lo siguiera. Luego se alejó del puesto y buscó otro lugar donde había un queso. Era el mismo queso que el granjero había dejado en su despensa y que el dueño del puesto había comprado por cinco monedas de plata.

Diego se acercó al queso y lo cogió con sus dientes. Luego corrió hacia el puesto donde estaba el zorro y pasó por delante de él. El dueño del puesto vio al ratón con el queso y se enfadó.

  • ¡Eh, tú! ¡Devuélveme ese queso! – gritó el dueño del puesto -. ¡Es mío!
  • ¡Atrápame si puedes! – dijo Diego burlón.

El dueño del puesto dejó su puesto y salió corriendo detrás del ratón. Diego siguió corriendo por el mercado, esquivando a la gente y a los otros animales. El dueño del puesto lo seguía sin perderlo de vista.

Mientras tanto, el zorro aprovechó la distracción para salir de la jaula. La puerta estaba mal cerrada y pudo abrirla con su hocico. Luego salió del puesto y buscó a Diego.

Diego vio al zorro y le hizo una señal con la cabeza. El zorro entendió y se acercó a él. Diego le pasó el queso al zorro y le dijo:

  • Toma, este es tu premio por haber perdido la competencia.
  • Gracias, ratoncito – dijo el zorro -. Eres muy generoso.
  • De nada, zorro – dijo Diego -. Ahora vámonos de aquí antes de que nos atrapen.

Diego y el zorro salieron corriendo del mercado con el queso. El dueño del puesto se dio cuenta de que le habían robado el zorro y el queso y se puso más furioso.

  • ¡Ladrones! ¡Ladrones! – gritó el dueño del puesto -. ¡Devuélvanme mi zorro y mi queso!
  • ¡Atrápalos, Rex! – ordenó el granjero a su perro, que también había visto lo que pasaba.

El dueño del puesto y el granjero salieron corriendo detrás de Diego y el zorro. El perro los siguió ladrando. Diego y el zorro corrieron lo más rápido que pudieron y llegaron al bosque. Allí se escondieron entre los árboles y los arbustos. El dueño del puesto, el granjero y el perro los buscaron por un rato, pero no los encontraron. Al final, se cansaron y se fueron.

Diego y el zorro respiraron aliviados y se miraron con una sonrisa.

  • Lo hemos logrado – dijo Diego -. Hemos escapado de ellos.
  • Sí, lo hemos logrado – dijo el zorro -. Gracias a ti, ratoncito. Has sido muy valiente y astuto.
  • No hay de qué, zorro – dijo Diego -. Has sido muy ágil y fuerte.
  • Sabes, ratoncito – dijo el zorro -. Me he dado cuenta de que eres un gran competidor y un gran amigo. Perdona por haberte tratado mal antes. No volveré a hacerlo.
  • No te preocupes, zorro – dijo Diego -. Yo también te pido perdón por haberte engañado antes. No volveré a hacerlo.
  • ¿Qué te parece si hacemos las paces? – propuso el zorro -. ¿Y si compartimos este queso como buenos amigos?
  • Me parece una buena idea – aceptó Diego -. Compartamos este queso como buenos amigos.

Diego y el zorro se sentaron juntos y se pusieron a comer el queso. Mientras comían, charlaron de sus cosas y se rieron de sus aventuras. Se dieron cuenta de que tenían muchas cosas en común y que podían ser muy buenos amigos. Y así fue como Diego y Antonio dejaron de ser rivales y se convirtieron en amigos. Y aprendieron que la amistad vale más que ganar una competencia.

FIN

“El Zorro y el Ratón” Moraleja del Cuento

La moraleja de la historia es que no hay que ser orgulloso ni presumido, sino humilde y generoso. También que no hay que subestimar a nadie por su tamaño o apariencia, sino respetar a todos por sus cualidades y habilidades. Y sobre todo, que la amistad es más importante que la competencia y que se puede ser amigo de alguien diferente a uno mismo.

¿Te gustó el cuento El Zorro y el Ratón?

Puede ver todos nuestros cuentos aquí:


Entra al sitio web de mi alma mater.
o ir a nuestro sitio principal.

Julissa Chuctaya Cabrera

Hola! Soy Julissa. Fomentar la lectura en los niños es importante porque les ayuda a desarrollar habilidades lingüísticas, aumentar su vocabulario, estimular su imaginación y creatividad, mejorar su comprensión lectora y, en general, enriquecer su conocimiento y su capacidad de aprendizaje.

Publicaciones relacionadas

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba